22 de agosto de 2012

Policial en proceso


El Conde de Montecastro

Manfred Silverstein levantó la vista por sobre sus anteojos y miró durante varios segundos cómo la misteriosa mujer se retiraba de su oficina. Era una rubia de raíces negras. Tenía una remera ajustada que le marcaba los rollos a la altura de la cintura, aunque no podía quitarle una sensualidad de outlet que de alguna manera lo entusiasmaba.

Tomaría el caso. Durante la entrevista se había mostrado reticente pero era solo una postura que adoptaba para darse aires de importancia. Sintió que la piel se le erizaba como los pelos de una oruga albina durante el solsticio de verano.

Tomaría el caso. Podría ser su consagración como detective privado. Hasta una zarigüeya congestionada habría olido un éxito inminente como aquel. La clave estaba en la casa del conde.

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